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Inauguran Ruta del Arte FAOT 35 con homenaje a Alberto Morackis

Álamos, Sonora, 19 de enero 2019.- Con un homenaje a Alberto Morackis, uno de los principales muralistas del noroeste de México, se inauguró la Ruta del Arte del FAOT 35, que este año se integró con 32 exposiciones de 60 artistas visuales, en Álamos, Navojoa, Cajeme, Guaymas, Hermosillo y Arizona.

En el Museo Costumbrista de Sonora, sitio emblemático para el FAOT, pues fue precisamente ahí donde inició la historia del Festival hace 35 años; se reunieron funcionarios culturales estatales y municipales, familiares de Morackis, y medios regionales y nacionales, para el arranque de la Ruta del Arte.

Alina Martínez Ceballos, coordinadora de Artes Visuales del Instituto Sonorense de Cultura, habló sobre la importancia de esta disciplina en un festival dedicado a la música; indicó que esta área del arte ha estado presente desde los inicios, en 1985.

“La Ruta del Arte debe mantenerse no solo como el punto de encuentro entre los artistas y el público, sino como ese espacio de desarrollo y profesionalización del mismo. El artista debe encontrar las condiciones propicias para desarrollar su trabajo; sea esta ruta del arte una oportunidad para seguir reflexionando cuál es el objeto artístico”, expresó.

A manera de homenaje Marisela Moreno, directora de cultura de Nogales, leyó dos textos que realizaron los artistas nogalenses Ulises Lavenant Brau y Carlos Cabrera Fox, quien señala: “La frontera es un lugar de emociones contradictorias, de esperanzas y conflictos, de necesidad y logros efímeros, elementos que conforman el repertorio expresivo de algunas obras de este autor quien expresa la confrontación de los migrantes que intentan cruzar la frontera, y el rechazo construido por un muro físico y psicológico, tal vez el peor obstáculo al que se enfrentan; son las mentes colonizadas impregnadas de xenofobia y racismo”.

Por su parte, Mario Welfo Álvarez Beltrán, titular del ISC, afirmó que la obra del muralista en la frontera tiene trascendencia y “viene a decirnos que el trabajo de un artista no importa de qué lado esté, siempre traslada y transporta. Ese legado junto con el valioso trabajo como artista, tanto técnica como creatividad, tiene sin duda los méritos para ser reconocido; que su obra no quede solamente en una exposición o en un trabajo regional, debe conocerla la comunidad de Sonora y aprovechar el marco de este festival que tiene proyección nacional e internacional, para que México y el mundo conozca el trabajo de Morackis”.

Al término, se invitó a una charla con Guadalupe Serrano, quien junto a Alberto Morackis creó el Taller Yonke.

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¿Qué tan pertinente puede resultar el homenaje que quisiera hurgar en la memoria, cuando quien lo amerita conserva todavía su carácter de motivo recurrente, presencia más o menos tangible en la conversación cultural de sobremesa, imagen y semejanza en el espacio de lo urbano y artístico nogalense? Sin duda alguna Alberto Romero Morackis fue protagonista fiel de una época y un lapso, un momento que ocasionalmente pudo alargarse demasiado, diversos períodos que fueron sumándose, contrarrestándose. Manejó siempre una estética del compromiso y la preocupación social contemporánea, un discurso tautológico tal vez pero arriesgado de seguro; retórico probablemente pero contestatario sin lugar a dudas. Plasmó en sus murales las inquietudes de una existencia que se sabe al mismo tiempo monumental e ínfima, estrategia universal, triquiñuela doméstica, humanidad que imagina un camino directo al paraíso y paso a paso transita únicamente rodeo y vericuetos. Así Morachis redundó sobre sí mismo y desdobló su personalidad en personaje, convocó al testigo, al cómplice fidedigno de una misión cultural que fue su propia vida, fomentó y solapó, encumbró y negó la presencia de sus cómplices. Cabían en su horizonte, nublado tal vez por espejismos, las brechas que de generación en generación propician el vínculo tanto como el ostracismo, una disciplina de trabajo que bien pudo combinar con inspiraciones vagabundas. Pidió y propuso lo imposible y obtuvo de ello excelentes dividendos: rentabilidad artística, los pininos de un público conocedor, la precocidad de sus epígonos. Gestionó el recurso ante las instancias adecuadas para llevar a cabo desvaríos, proyectos fundamentales, caprichos, atisbos de un horizonte luego pleno de creadores. Cierto que hubieron polémicas en torno a su ejercicio de los ámbitos y las influencias, mas nadie debería llamarse por ello a sorpresa, pues el dominio de la cultura nogalense siempre tuvo algo de farándula y se pueden cosechar aplausos igual que pleitesías fuera de lugar, fanatismos de una devoción en ciernes u oposiciones sistemáticas, descalificación velada, enemistad a grito pelado, halago que pierde porcentaje de mesura cuando se confiesa. En mi caso tuve apenas relación personal con él, y así me concentro mejor en la trayectoria pública de quien dejó de respirar para ser mito y anécdota, leyenda sin épica ni hoguera. Se impone pues un inventario de su obra, de ocurrencias que alcanzaron alturas insospechadas, ideas puestas al servicio de una identidad, esa raigambre, la brocha y el pincel que arrojaron luz aunque también materializaron la tiniebla. Finalmente, a pesar de lo exhaustivo del detalle, la generalidad en algún caso, no bastan estas líneas aun si fueran posibles la continuidad y el desdoblamiento, la representación, maneras del desvelo que puede ser un develar, dimensiones del trasfondo, historias y acontecimientos coloquiales perdidos en semblanzas y biografías…

Ulises Lavenant Brau

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