Emociones

Mentir para vivir

Por Mirna Pineda 

La honestidad es confusa, y a veces duele.

El respeto es necesario, pero cala.

La integridad envuelve al ser, y pesa.

Los valores se atoran, se enredan en caminos bifurcados que se pierden en el horizonte. Nada es claro después de una mentira. Los que mienten, los que hemos mentido de vez en cuando, de vez en siempre, hacemos historias para justificar la falta. Echamos culpas a otros, buscamos excusas e incluso nos sentimos victimas.

Hay políticos que mienten, religiosos que mienten, esposos y esposas, hijos, parientes, vecinos, empleados, dueños de empresas, madres y padres que mienten y medallistas olímpicos mentirosos.

Me angustié vendo la entrevista a Ryan Lochte, mientras pasaba saliva y repetía que había “sobre reaccionado” cuando dijo que había sido asaltado en Río de Janeiro. Seguramente el abogado le advirtió que por ningún motivo dijera que mintió-.

Lochte no se vio mientras hablaba, pero todas sus facciones y cuerpo delataban la mentira. Se enredó tanto que resulto evidente.

La mentira siempre, siempre, siempre aflora. Y con las cámaras de seguridad, aflora más rápido.

El joven atlético está pagando caro. Hay consecuencias millonarias por la falta, pero lo que más cala es lo que no se ve.

Es el impacto emocional de la mentira.

Como público juzgamos. Es lo mas fácil y sencillo. Le ponemos nombres groseros a la persona que mintió y buscamos ocultar la oportunidad de ver dentro, porque estas historias nos ofrecen un espejo para ver nuestro reflejo.

El reflejo de la conciencia (o inconsciencia colectiva).

Porque en algún momento de la vida hemos mentido, mucho o poco. No hay mentiras piadosas, solo son mentiras, verdades a medias para justificar nuestro miedo.

Porque es el miedo el que nos lleva a mentir. Miedo a perder, miedo a no ser lo suficientemente buenos, miedo a fallar, miedo a la crítica, miedo a ser descubierto.

Y es muy ciento de que “la mentira siempre se pone en contra de quien la inventa”.

Entonces, ¿por qué seguimos mintiendo?

Los psicólogos explican que es una conducta aprendida. Como niños y niñas aprendemos de lo que hacen y dicen nuestros padres y madres. De ahí la anécdota de:

-Están tocando la puerta, ve a abrir, pero si es el cobrador dile que no estoy-.

-Dice mi papá que no está-.

Mentimos para evitar el dolor, tanto el físico como emocional. Mentimos para huir de los golpes, nalgadas y regaños pues aún con la boca embarrada de chocolate somos capaces de señalar a nuestro hermano cuando nos preguntan: ¿Quién se comió las galletas de chocolate?

Aunque como niños también somos capaces de mentir para proteger a otra persona, para mantener una promesa, las estadísticas señalan que una de cada cuatro mentiras queda en este reglón.

Hay quienes se dicen brutalmente honestos, dicen todo sin filtro y se creen superiores por no limitar sus emociones y comunicación. En la mayoría de las ocasiones dicen las cosas sin pensar, hablan directamente desde el estomago, cuando deberían pensar antes de hablar.

En la convivencia diaria la interacción se basa en el respeto y la consideración hacia los demás.

Recordando que mi percepción de la realidad es totalmente diferente a la de otra persona.

Todos mentimos, nos engañamos, pretendemos ser lo que no somos. Quizá porque la verdad duele más que la propia mentira.

Los engaños acompañan la vida pública y privada. Aldous Huxley lo resumió de la siguiente forma: “Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante”.

Habremos de revisar el espejo de nuestra conciencia para evaluar el nivel de honestidad hacia nosotros mismos.

Larga la tarea.

mirna pineda

MIRNA PINEDA

PERIODISTA Y EDUCADORA

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