Convivencia

Sé que eres mi amiga, pero no te soporto en redes sociales

Mi hermana escribe en inglés cada vez que sube una foto a Instagram. Sus pies de foto tienden a ser escuetos y descriptivos con la particularidad de que todos ellos son en inglés y ninguno en castellano. Mi hermana es un ser maravilloso y excepcional y, hasta lo que yo sé, ha nacido aquí y vive aquí y habla castellano la mayor parte del tiempo. Pero por alguna razón cuando entra en su Instagram, una fiebre angloparlante se apodera de sus teclas sin remedio. “Waiting for the sunset”, “Having fun!” o “Sorry, we’re not coming back” son algunos de sus últimos pies de foto.

Un día le pregunté, de forma sincera, que a qué venía todo esto y si ella había pensado algún día en contestarme como lo haría en su Instagram. No sé. Pongamos: que si yo le pregunto que cómo está, ella me responda “Everything is fine! Thanks, sista”. No. Eso nunca pasaría. También tengo una amiga del colegio que se explaya en Internet con frases atormentadas a lo Bukowski y fotos poéticas de vasos medio vacíos y cigarrillos. Su infinita soledad virtual postadolescente me desconcierta. Luego, en persona, va diciendo que la vida le va muy bien.

Entrar a sus redes sociales me produce una especie de cortocircuito. Y del mismo modo les debe pasar al resto del mundo conmigo: alguien me dijo una vez que mi rollo ”entre críptico y nostálgico le parecía un auténtico suplicio”. Luego, nuestros yoes reales se fueron muy tranquilos de cañas y todo salió bien.

Si pusiéramos a todos nuestros yoes de Internet, materializados en seres de carne y hueso, mirando a nuestros yoes humanos a los ojos y muy fijamente, igual nos llevaríamos una sorpresa o nos miraríamos con extrañeza o incluso admiración. Somos las mismas aquí adentro, pero distintas. Nuestras identidades de Internet tienden a ser guapos y más apuestos, algunos hablan en otros idiomas, leen mucho y muy bien, intentan ser más graciosos y son sexys todo el rato (hasta en las fotos que subimos porque salimos supuestamente mal).

Como en el El Doble, de Dostoyevski, el otro Goliadkin que aparece para hacer sombra al protagonista representa todos sus frustraciones, sus anhelos y sus vicios desinhibidos. El otro yo se comporta sin pudor y hace cosas que el primero se calla o se cohíbe por vergüenza o por convencionalismos.

Con su buena voluntad y estrategia de negocio dudosa, me ralla bastante. Yo le digo que yo nunca iría a una masajista que me etiqueta a discreción en dibujos new age, pero ella me cuenta que le funciona. Así que deduzco que hay muchos internets

Así, esa otredad que se manifiesta en las redes sociales quizás no es más que eso: una especie de manifestación de nuestras expectativas. Eso que queremos ser, pero que igual nos da vergüenza admitir en público. Una realidad ficcionada a nuestro antojo. Por eso hay tantos escritores, filósofos, modelos y budistas. Pantalla mediante nos liberamos del embarazo que supone admitir ciertas cosas delante de la gente, o de publicar cierto texto o cierta foto, y construimos nuestra identidad en base a lo que nos gustaría ser, a lo que queremos ser; y también a imagen y semejanza de cosas que hemos visto y que nos parecen bien. Me gusta esta foto con palmeras. Me gusta este efecto analógico. Me gusta esto de hacer de mi muro un tablón de denuncia. Me apunto. También así creamos, formamos y moldeamos una cultura digital y colectiva. De ahí también que Internet parezca, a veces, cubierto por un embarazoso manto que de igual modo nos unifica.

Alba, 32 años, me cuenta que su mejor amiga suele etiquetarla en propaganda de sus terapias naturales. “ Con su buena voluntad y estrategia de negocio dudosa, me ralla bastante. Yo le digo que yo nunca iría a una masajista que me etiqueta a discreción en dibujos new age, pero ella me cuenta que le funciona. Así que deduzco que hay muchos internets. Otra cosa que me pasa es que gente que respeto profesionalmente me resulta insoportable en las redes. Entonces entro en conflicto: ¿debería tenerlo en cuenta?, ¿es más real su intimidad o su trabajo?”.

No diría que le odio o que me parece lamentable, pero tiene esa necesidad, que me suele irritar en general, de tener que soltar algo sobre cada tema polémicas que surge, normalmente para ir a la contra y a menudo para buscarle las cosquillas al feminismo. Cuando se le conoce es imposible no adorarle y es una bellísima persona, pero no sé cómo tomarme sus posts
A David, 30 años, en cambio, le toca lidiar con amigos entusiasmados con la patraña de la felicidad y con ciertos literatos: “ Hay ciertas personas buenas en la vida real, o con el alma negra, que en Instagram se vuelven mamarrachos de la positividad, las fotitos con filtro y la ligereza cuqui. Tengo un amigo que en persona es encantador, pero en Facebook se le dispara ese gen escondido de gazmoñería, el romanticismo literario y toda esa parte un poco idealizada de escribir. Depende del día, te alterna un estado relativamente baboso sobre una chica que ha visto por la calle, todo convenientemente literaturizado; o bien hace diatriba sobre las vilezas de la gente del mundo literario, etc”.

Me cuenta que una vez le vio postear algo así como “Mis amantes dicen que mi pene es juguetón, firme y, al mismo tiempo, tímido”. Y luego, claro: “Borra, borra locamente. Es el caso más tocho de ficción sobre uno mismo que yo he visto en redes”.

Hay ciertas personas buenas en la vida real, o con el alma negra, que en Instagram se vuelven mamarrachos de la positividad, las fotitos con filtro y la ligereza cuqui. Tengo un amigo que en persona es encantador, pero en Facebook se le dispara ese gen escondido de gazmoñería, el romanticismo literario y toda esa parte un poco idealizada de escribir

Ya lo dice Borges, en ese micro relato que pone frente a frente a sus dos facetas (el Borges como personaje público, el Borges como personaje anónimo) es siempre “al otro [al del mundo virtual, diríamos ahora] al que le ocurren las cosas”: “Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor”.

Resulta fácil establecer el símil: esa misma fuerza narcisista y vanidosa opera de forma bastante parecida y se adueña de nuestras redes — ¿o quizás son solo aquellas a las que odiamos?—, moldeando nuestra forma de ser y convirtiéndola ligeramente en otra cosa. Cuando la distancia entre esos dos seres (que somos nosotros) es demasiado grande o simplemente muy extraña, entonces es cuando parece que algo está roto. Que no funciona. Que el sistema falla por algún lado. Es cuando pensamos que tu amigo es un pirado o que tú ya no entiendes nada.

Si alguien tiene que confirmar que Instagram se ha convertido en una versión extendida de Tinder es él. Basta con ver su nombre en mi pantalla para entender, incluso sin verlo, aquello que va a seguir: una exhibición portentosa de todo lo que cree que puede atraer a chicas. Playas exóticas, su musculado cuerpo de gimnasio o un alegre y buenrollista lema en inglés

Toni, 33 años, me explica que su mejor amigo es del tipo que mete chapas sin piedad en Facebook. “No diría que le odio o que me parece lamentable, pero tiene esa necesidad, que me suele irritar en general, de tener que soltar algo sobre cada tema polémicas que surge, normalmente para ir a la contra y a menudo para buscarle las cosquillas al feminismo”. Ah, amiga, esos son legión. “Cuando se le conoce es imposible no adorarle y es una bellísima persona, pero no sé cómo tomarme sus posts. Lo cierto es que es un sentimiento que me asalta cada día porque realmente postea a menudo y mientra los leo, me pregunto: ¿Podré darle me gusta esta vez? También es un poco pueril por mi parte, supongo”.

O este otro caso, de Eudald. Antes de aportarme el testimonio pide permiso al damnificado, su compañero de piso. “Si alguien tiene que confirmar que Instagram se ha convertido en una versión extendida de Tinder es él. Basta con ver su nombre en mi pantalla para entender, incluso sin verlo, aquello que va a seguir: una exhibición portentosa de todo lo que cree que puede atraer a chicas. Playas exóticas, su musculado cuerpo de gimnasio o un alegre y buenrollista lema en inglés”. No importa nada que el amigo de Eudald pase su día a día obsesionado por discutir sobre el oscuro sentido del cine ruso de mediados del siglo XX.

No pasan dos días sin que actualice sus redes con largos tochos sobre lo mucho que quiere a su novio, los años, meses y días que llevan juntos; sus últimas vacaciones, la cenita en el restaurante, un bautizo con unos niños que yo no conozco. Es agotador. Yo no quiero tener tanta información
“Sus redes sociales son como las demostraciones de fuerza que los etólogos han estudiado para el caso de los chimpancés: mera demostración de fuerza para impresionar a la manada y asegurar su estatus frente a las hembras. Aunque quizá, lo debo reconocer, lo que más me fascina e indigna es que pueda sustentar esta máscara sin que nadie advierta la ironía que recubre su doble juego”.

María, 28 años, me habla de su mejor amiga y de su novio. En su caso, todas redes se han fusionado en una especie de altar marital 2.0 donde han hecho a todo el mundo partícipe. “Mi amiga es la mejor, pero en mi Facebook se está todo el rato casando. No pasan dos días sin que actualice sus redes con largos tochos sobre lo mucho que quiere a su novio, los años, meses y días que llevan juntos; sus últimas vacaciones, la cenita en el restaurante, un bautizo con unos niños que yo no conozco. Es agotador. Yo no quiero tener tanta información. Como el novio hace exactamente lo mismo en su muro personal, el resultado es una constante taladradora en la que, o bien aparece la última actualización pastelosa de él, o la de ella, o, en el peor de los casos, la de los dos. ” Nunca se lo he dicho”. Además, lo especialmente molesto, para María, es que esta pareja de novios son de esos que afianzan aún más su amor con hashtags retorcidos e impronunciables. #LeoyMarina #Siemprejuntoscariño #Quebienlopasamos #Selocontaremosanuestroshijos #Quebienestuvoaqueldiaenlaplaya.

Llegados hasta aquí nos preguntamos cuál de nuestras dos identidades es más real de todas, o son un poco de las dos: nuestro yo inventado, ficcionado, customizado. ¿O nuestro yo humano, el que hace cosas mundanas (comprar el pan, hacer la comida, limpiar el polvo) y tiene un trabajo de oficinista? Quizás el segundo está atrapado en la deprimente rutina y solo quiere escapar; quizás el primero solo exista en nuestra imaginación, pero siga siendo igualmente real. Es nuestra persona amplificada. Antes de acabar este artículo, le escribo un WhatsApp a mi hermana para preguntarle si le molesta que la incluya en este artículo. Me dice que no, que no le importa en absoluto, no sin antes replicarme que ella no se considera tan odiable como el resto de gente de este artículo.

Fuente: http://www.playgroundmag.net/cultura/quieres-alguien-odias-comportamiento-sociales_0_2026597336.html

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