Día de Muertos: ¿Qué es el tapanco, ofrenda ancestral sonorense?
Hoy es Día de Muertos, y como bien sabemos una de las tradiciones más importantes cada 2 de noviembre es realizar un altar a los difuntos, como una manera de honrar su memoria. En Sonora, existe una forma muy especial de hacerlo y es una ofrenda propia de los pueblos originarios de la entidad: los pápagos, pimas, guarijíos, yaquis y mayos.
Se trata del tapanco, una estructura de aproximadamente 1.60 metros de altura, la cual se monta sobre cuatro varas fuertes de mezquite, álamo o sauce, dependiendo de la etnia, clavados en la tierra a manera de sostén, así como un tapesti, una especie de tarima hecha de carrizos, con comida y perfumado con flores de buganvilia.
Esta ofrenda se coloca en el patio del hogar y las variaciones más conocidas son las de las comunidades del mayo y el yaqui. A diferencia de la versión conocida del altar de muertos, lo importante para estas etnias no es la cuestión estética, la vistosidad o el colorido, sino el homenaje como tal.
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La tarima se cubre con una tela bordada y encima se colocan los clásicos elementos como la cruz, el agua, la sal, flores, y en algunas ocasiones, la imagen de la Virgen del Carmen.
El tapanco debe colocarse dando la espalda a la puesta del sol y en su cabecera, una cruz. Lo que sí comparte con los tradicionales altares de muertos, es que como ofrenda sí se ponen alimentos o bebidas alcohólicas que el difunto usualmente consumía en vida.
No obstante, y dependiendo mucho de la familia, aquí no se utilizan fotografías ni artículos personales del fallecido, o se agregan o no imágenes religiosas. Usualmente se monta al llegar el mes de noviembre, pero en cuanto a lo ceremonial, por ejemplo, los yaquis comienzan los rezos diarios desde el 1 de octubre, y se tocan las campanas del pueblo tres veces al día, pues la familia se prepara para recibir el espíritu.
Conforme se acerca el 2 de noviembre, se empiezan a colocar los alimentos: fruta, dulces, bebidas y hasta cigarros. Para los últimos días de octubre, los solares ya huelen a carbón ardiente: en el fogón ya humea el wakabaqui, un caldo de res con verduras, mientras que otras mujeres preparan deliciosas tortillas de harina, tamales, carne con chile y muchas otras comidas propias de la región.
Para el 1 de noviembre, el tapanco ya está repleto de toda aquella comida que disfrutaba el difunto. En los pueblos yaquis, los rezanderos, acompañados de sus cantoras, pasan el día de casa en casa, bendiciendo y orando el rosario en cada ofrenda y leyendo la letanía de nombres de todos los difuntos en la familia.
Su labor termina en la madrugada, cuando los altares quedan con las ofrendas mínimas, pues los alimentos son entregados al rezandero y sus cantoras.
Al día siguiente, la gente llena de flores los panteones y quienes no montaron tapancos en casa, van a las tumbas de sus difuntos a comer sus alimentos. Esa mañana, los rezanderos y sus cantoras oran por los muertos que no tuvieron su altar.
En el caso de la etnia mayo, los tapancos se mantienen llenos el día primero de noviembre; por la noche se encienden velas en la parte de abajo, por lo que quedan totalmente iluminados. También se acostumbra llevar al panteón flores y veladoras para las tumbas.
Para el día 2, los rezanderos, acompañados de los fiesteros, inician una procesión partiendo de la iglesia, con una tumba que representa a todos los fallecidos y la llevan a la Cruz del Perdón, donde rezan por los muertos.
Cabe mencionar que dentro de la cosmovisión de los yaquis y los mayos, las velas y las flores son elementos que transitan por ese espacio oscuro que conduce al sewa ania, su mundo florido donde la naturaleza convive en armonía, dentro de un universo mayor al que conocen como huya ania o “mundo del monte”: el lugar donde habitan los seres buenos y malos que dan sentido al mundo.
Según información compartida por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el tapando es una evocación donde los yaquis y mayos de la prehistoria cremaban a sus muertos y es conocido que dicha práctica fue una tradición funeraria común entre los grupos del norte de México. Exploraciones arqueológicas hechas en la región han localizado urnas de cerámica con restos de cremaciones en distintos sitios de ese periodo.
Sin embargo, los religiosos españoles, considerando que la cremación estaba fuera de las creencias católicas, insistieron para modificarla, pero con la condición de mantener vivas ciertas características indígenas, siendo la más importante el tapanco.
Con información de el INAH y El Sol de Hermosillo.