El poder del buen ejemplo
Punto de enfoque
Guillermo Frescas
¿Cuál es la mayor aportación que la mujer puede dar a su comunidad?
Creo firmemente que es la misma que debe dar el hombre: Un buen ejemplo.
Y en esto no cabe la discriminación, tanto varones como féminas estamos obligados a dar buen ejemplo, a ser modelo para quienes nos rodean, para propios y extraños.
Feministas y machistas se olvidan por igual que antes que mujeres u hombres somos personas, individuos, únicos, irrepetibles, conscientes, libres, que tenemos un fin último, que es la felicidad.
La sociedad pragmatista en la que vivimos hace énfasis en lo que hacemos y a partir de ahí pretende definirnos, por eso si una maestra baila desenfrenadamente se la condena, o si a un comunicador se le va la lengua, también se le tasa por la misma medida. En ambos casos se obvia el hecho de que son personas finitas, que como tales no son perfectas y a quienes juzgan también se les olvida que ellos mismos no están acabados, completos, que todos tenemos nuestros propios demonios con los que tenemos que luchar.
El buen ejemplo sin embargo tiene que ver con lo que somos como personas, pues del ser se sigue el obrar. Una buena persona obra el bien, por lo tanto da buen ejemplo a los demás.
Ahora bien, el buen obrar implica orden, armonía, razón, verdad, prudencia, congruencia, justicia y una serie de hábitos encarnados, no meras ideas o valores, sino formas de ser.
En este sentido, tiene razón quien dice que la transparencia es una forma de vida, es un estilo, es un hábito operativo, sobre todo si se le entiende como la honestidad en el obrar.
El mal ejemplo en nuestro medio, desgraciadamente es lo que más abunda, por la simple y sencilla razón que obrar mal es mucho más cómodo y hasta cierto punto más fácil, en todos los niveles, desde las cosas sencillas y vulgares, como tirar basura o no respetar una simple regla de tránsito, hasta las más complejas y peliagudas de discernir, donde se mezclan cosas buenas y atractivas con falsedades, malicia o ignorancia, de tal manera que es complejo definir qué es bueno o malo a simple vista.
Pero afortunadamente, como seres pensantes podemos seguir una regla de oro para procurar dar el mejor ejemplo que podamos: obrar el bien y evitar el mal. Y cuando haya duda, ponernos en los zapatos del otro, para saber si nos gustaría recibir lo que pretendemos dar.
Esta regla de oro, aunque parece verdad de perogrullo, trillada y muy vista, se ha ido difuminando, ha caído prácticamente en el olvido, por ignorancia, por debilidad y en el peor de lo casos por malicia. Su olvido puede muy bien explicar la encrucijada social de un mundo cada vez más desquiciado, donde el pan de cada día es el mal ejemplo que nos llega de todos lados y por todos los medios.
Definir qué es bueno o qué es malo es una labor de sentido común, pero también de reflexión sobre nuestro propio destino, no meramente desde el punto de vista de la utilidad, sino con una mirada más profunda que nos permita ver más allá de lo meramente caduco y temporal, que nos remonte a la zona de lo eterno y para esto no necesitamos ser expertos filósofos o genios de la ciencia humana, basta con mirar hacia nuestros anhelos, hacia nuestros sueños, hacia nuestros amores más profundos, para darnos cuenta que todo lo que hacemos tiene una consecuencia que tarde o temprano impactará a quienes nos rodean, nos guste o no.