Emiliana Un Día Me Dijo: ‘Pedro, Esta Música No Te Va A Soltar’
Por Carlos Sánchez
Un piano en el interior de su casa. Las notas como seducción.
Pedro Vega nació con música, creció con música, vive con música. La vida ahora hace un recuento de sus acciones. En ellas están los múltiples conciertos de piano.
Están también las muchas horas de compartir el conocimiento, la preparación de sus alumnos, la entereza por expandir la sabiduría que sus maestras le legaron.
Pedro Vega recibirá en el marco de la trigésimo segunda edición del Festival Alfonso Ortiz Tirado, el reconocimiento al Maestro Sonorense 2016. Ofrecerá también un concierto con música de manufactura Emiliana de Zubeldía, su maestra.
Es habitual que a Pedro, un sábado por la tarde, lo encontremos en el aula, dando clase; porque el rigor se lo exige. Como una introspección, con el objetivo de conocer el pensamiento del pianista, aquí esta conversación:
–¿Qué experimentas mientras tocas en un concierto?, ¿es un acto de soledad?; estás solo y estamos muchos escuchándote.
–Eso que dices, justamente: es un acto de soledad, como diría Martha Argerich cuando le preguntaban si le gustaba tocar sola y respondía que no, porque se siente completamente sola, y por eso no da recitales como solista.
Yo desde hace bastantes años me dedico a tocar música de cámara con otros compañeros, precisamente atacando eso de la soledad. Me he dedicado a tocar con compañeros, con violinistas, chelistas, grupos varios, eso es lo que he estado haciendo en los últimos años, y respecto a lo que siento al dar un concierto, desde que empecé a sentir al público me he dicho ‘basta con conectar con una sola persona, espectadora, que yo sienta que me está escuchando’ y yo digo ‘aquí valió la pena lo que estoy haciendo’. Uno siente y percibe la conexión y al hacer ese contacto sabes que tienes un receptor y tal vez ese receptor se multiplica y se logra lo que haya de lograrse, pero son muchas cosas las que pasan por la mente de uno, a veces la mente tiende a irse, a alejarse y lo que te salva es todo el empeño y trabajo que se puso en el proceso de planteamiento de esas obras, para que haya como una especie de piloto automático que esté atrasito de lo que estás haciendo, pero uno trata de presentar o recomponer. Se dice que los intérpretes somos recreadores de la obra en la mejor medida de lo posible, ahí entra todo el conocimiento, toda la investigación que uno hace sobre los diversos compositores. Y eso es lo que trato de hacer, estar concentrado en el estilo, lo que vas a hacer con el pedal, con el piano, con el sonido, cómo lo vas a presentar. A veces sí, uno tiene que luchar porque te vas y luego tienes que regresar, inmediatamente.
–¿Por qué el piano en tu vida?, ¿y por qué permanecer en el piano?
–De una manera llana y simple, había un piano grande, de pared, en mi casa. A mi hermana mayor la metieron a estudiar piano con la maestra Matilde Katase, yo de repente llegaba y tecleaba, mi papá me pregunta si quiero estudiar, digo que sí, me llevan a clase y con Matilde las cosas fueron muy fáciles, ella había sido alumna de Emiliana de Zubeldía, yo no sabía quién era Zubeldía. Con Matilde fue muy fácil el aprendizaje en el sentido de que fui avanzando muy rápido, el piano para mí era un hobby pero se fue convirtiendo en algo más interesante cada vez, me fui metiendo y la inercia misma del estudio del instrumento, la facilidad con que avanzaba y creo que la buena mano de Matilde quien me fue llevando, hasta que ella misma me dijo: ‘ya no más, te tienes que ir con Emiliana porque veo que vas dando saltos muy fuertes y creo que Emiliana es lo que tiene que seguir contigo’. Yo estaba terminado el primero de preparatoria, y al llegar con Emiliana hay obviamente una revolución total, me doy cuenta de lo que es el ente artístico, primordial, con todo el profesionalismo, con todo el rigor, la seriedad de lo que es el arte musical, y que hay que formarse, y eso posteriormente me lleva a tomar la decisión de estudiar música, la licenciatura, de manera profesional.
–Hablas de Emiliana de Zubeldía, y estamos a punto de escucharte en un concierto que darás con obras de Emiliana de Zubeldía, en un contexto importantísimo que es el Festival Alfonso Ortiz Tirado, ¿qué te significa interpretar las obras de Emiliana en este contexto?
–Si me remito a lo primero de cuando yo estudiaba con Emiliana, diré que yo empecé a estudiar la carrera de ingeniería civil, por inercia, porque mis padres nos enseñaron que teníamos que tener carrera y defendernos en la vida, me metí a estudiar ingeniería civil por inercia y porque era la única carrera que me convencía. En una de esas Emiliana me dice ‘te voy a llevar a México el año que entra, existe esa posibilidad’, y me propone que me ponga a estudiar, con esas pretensiones, con ese proyecto. Me pongo a estudiar como nunca lo había hecho, y el piano toma un formato distinto, me empiezo a concebir como un intérprete, como ejecutante posible, y el hecho de la responsabilidad, de que Emiliana, con ese nivel, con ese bagaje, con esa no quiero decir fama, pero con esa altura artística que tuvo siempre, que ella se responsabilizara a presentarme pues era muy fuerte el mandato aquí, entonces le dije: ‘está bien, me comprometo’. Me prestó llaves del museo y biblioteca de la Universidad de Sonora, para que me fuera a estudiar el piano de cola, todos los días lo hice, durante un año me preparé y me presenté en Bellas Artes, en la Sala Manuel M. Ponce. Me presenté en el 80 y 82, dos recitales solos. Y a final de cuentas, ¿por qué te menciono esto? Porque me di cuenta de lo que se trataba realmente, era de presentar obra de Emiliana de Zubeldía, a través de un alumno de ella, de un discípulo que había asimilado, según palabras de Emiliana, mediante no sé qué química, pero esa cosa que se da entre alumno y maestro, la teoría de Novaro y las teorías de Emiliana, como compositora, la esencia de la música de Emiliana, la había asimilado al máximo. Para mí fue un descubrimiento increíble, interesante, porque al principio yo no entendía nada, y con la guía de Emiliana quien me decía qué sientes, y todo eso que era un lenguaje novedoso para mí.
Si yo hubiese estado tocando Schönberg, si hubiese estado tocando Hindemith, Prokófiev o Stravinski, a lo mejor no hubiera sentido nada de estrambótico con el idioma, pero fue muy brusco para mí que la maestra me escogiera porque tenía la técnica suficiente para abordar sus estudios, su Sonata en tres estancias, las obras que me puso.
En un momento dado Emiliana de Zubeldía me dijo: ‘Pedro, no sé qué pasa contigo, pero hay una química muy clara y por eso decidí ponerte esta música’. Yo realmente no sé si Emiliana lo había hecho con otros de sus alumnos, que tuvo bastantes, no sé qué se dio, por ahí Leticia Varela dice que fui el último bastión de la crianza musical de Emiliana, pero se dio, se dieron los elementos para yo poderle entrar a esa música tan difícil, técnicamente muy demandante, entonces Emiliana un día me dijo: ‘Pedro, esta música no te va a soltar’. Y aquí estamos, eso es lo que te puedo decir. Para mí es un honor presentarme siempre con esta música porque la siento muy añeja, es casi mía, el haber sido alumno directo del compositor que te está diciendo de qué se trata o que te está diciendo aquí haz esto o esto otro, creo que es fundamental para la comprensión.
–¿Qué significado tiene en tu vida recibir el reconocimiento al Maestro Sonorense en la más reciente edición del Festival Alfonso Ortiz Tirado?
–Soy igual que Emiliana en el sentido de pensar mal de los reconocimientos. Emiliana pecaba muchas veces de humilde y declaraba que no le gustaba que le dieran reconocimientos, porque creo que ella pensaba que ya la querían retirar del medio. Lo que yo puedo decir es que últimamente he llegado a pensar en que estoy en un tiempo fértil y maduro, como maestro y pianista, más como maestro porque he tenido la suerte de tener alumnos como Luis Carlos Juárez que está ahorita en Salzburgo, en el Mozarteum, Austria, que de repente caen en las manos de uno y dice pues aquí hay tela de dónde cortar y que lo que hay que hacer es poner a prueba y trabajar en eso. He tomado esos retos, esos desafíos, basándome siempre en la suerte que uno tiene, porque es suerte que te caiga gente con un talento extraordinario y que hay que forjarlo, trabajarlo desde el principio. Nunca pensé que iba a llegar a este nivel, que iba a poner a un alumno en el más alto nivel y competitividad en Europa, como es el Mozarteum. Jamás pensé que iba a llegar tan lejos.
Esto está muy relacionado con este reconocimiento, me asombra porque uno nunca espera estas distinciones, uno hace su trabajo con la mejor de las ganas, con la disciplina que sabe que debe imprimirle a los alumnos. He tenido la suerte por ese lado, porque enseñar arte es muy difícil, yo lo viví con Emiliana, mucha gente dice que Emiliana era muy demandante, neurótica, rigurosa, estricta, y yo ahora me pregunto: ¿Y yo cómo soy? A lo mejor soy peor que Emiliana. En el arte no hay más que de una sola forma: o le entras o le entras, no hay más, la sensibilidad está ahí, el talento está ahí, pues hay que labrarlo, nunca confiarse porque si te confías no salen las cosas, si no hay disciplina no salen las cosas, si uno no lee no se forman imágenes que tienes que transmitir, no hay nada. Yo trato de inculcarle eso a mis alumnos, lo mismo que Emiliana me inculcó a mí.