En Su Paso Voluntario Por El “Infierno”, Se Reconcilió Con Dios –
Por Judith Teresita León
“EL valor para cambiar”, fue la plática que compartió un reconocido periodista sonorense, quien por humildad y evitar vanagloriarse por haber tenido precisamente el valor para cambiar, pide omitir su nombre.
Como pocos lo hacen y aclarando previamente que no acudía a exponer parte de su vida por sentirse orgulloso, sino por considerar que con su experiencia podía ayudar a otro ser humano, nuestro amigo asumió que, como muchos conferencistas, no viene de otro estado ni del extranjero, sino “desde el mismo infierno”.
La convivencia habitual con la noticia, el amor de unos padres, una esposa, muchos hijos; un oficio, una profesión, la responsabilidad de un apellido enraizado en la memoria del periodismo sonorense y el amor a sí mismo, no fueron suficientes para evitar que desde muy joven, siendo casi un niño, cayera en el abismo de las drogas, abandonando un camino al que por fortuna pero no sin tropiezos, caídas y descalabros, pudo regresar. Treinta y un años después.
Su voz gruesa, firme, alta -tanto que no necesitaba micrófono-, no titubeó ni un segundo cuando se trató de hablar de sí, sin falsos adornos, con humildad, enumerando la cantidad de sustancias con que envenenó su cuerpo; las ciudades por las que anduvo buscándose sin encontrarse al tiempo que inventaba excusas para continuar destruyéndose, “encandilado con el reflejo de otras personas”.
Ni el ejemplo de un abuelo autodidacta en Sonora ni la presencia del hombre que hasta la actualidad conserva el título del mejor reportero parido en Sonora, fueron razón suficiente para que este pequeño de 13 años, tomara una decisión equivocada, como muchos jóvenes lo están haciendo mientras usted lee esta narración.
Asumió que su problema de adicción no fue la falta de afecto ni de comprensión, sino por falta de comunicación. Por comodino, por falta de coraje para enfrentar el miedo y la ira con la que nacemos.
Dañó y se hizo daño, vio morir a alguien muy querido a consecuencia de las drogas y ni así podía zafarse de esa trampa, pero por fortuna descubrió que el amor podía ser la llave para volver a la vida.
Como activo en la adicción consumió de todo: mariguana, alcohol, cocaína, heroína y más. Estuvo en varios centros de desintoxicación y trabajos, hasta quedar sin chamba y sin familia. Viviendo de la lástima de los demás y de sí mismo.
Siempre de pie y con un semblante más relajado, hasta compartiendo una sonrisa constante, recordó cómo fue que volvió a quererse en algún momento de su vida, cómo se dio cuenta de que necesitaba tener fe para cambiar, para ser feliz y para generar esos sentimientos en los seres que embistió en su trayecto, en su descenso.
Como Lázaro, resucitó de entre los muertos -aunque tres décadas después- y volvió para cortejar a la muchacha con quien se casó a los 19 años (con las manos vacías, sin llevar nada para sus hijos, tocó a su puerta), quien creyó y confió nuevamente en él. En 1996 tuvieron a su hijo más pequeño.
Han pasado diez años de vivir el Sólo por hoy, apoyándose en grupos de autoayuda, viviendo de pasos y tradiciones; sostenido por padrinos y por su familia, reencontrándose con sus hijos, viendo nacer a las nietas; al principio peleado con Dios “porque creía que de Él dependía que hubiera torcido el camino; pero necesité reconciliarme con Él para entender que fue quien me mandó ahí”.
“Gracias a mi Dios a mi familia y a los grupos de autoayuda, ahora soy feliz, soy otro hombre”.