Espiritualidad

Jueves Santo: Día de la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio

Fotografía de Pixabay.

Por Mons. Martín Dávila Gándara.

Oh Hostia de salvación, que nos da la fuerza y el auxilio”.

Vamos a considerar hoy a dos de los grandes misterios que se recuerdan en este día, cuales son la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio católico.

Transportémonos en espíritu a la última cena, en la cual Jesucristo, la víspera de su muerte, reúne a sus Apóstoles, como el padre de familia próximo a su fin reúne a sus hijos en torno de su lecho de muerte para darles sus últimos adioses, decirles sus últimas voluntades y legarles la herencia que su amor les ha juntado. Sobre todo, entonces les atestigua cuánto los ama (Jn., XIII, 1).

Asistamos, pues, con recogimiento y amor a este conmovedor espectáculo y meditemos en estos dos grandes misterios.

Institución de la Eucaristía.

Admiremos desde luego a Jesucristo arrodillado delante de sus Apóstoles, lavándoles los pies, para enseñar a todos la humildad profunda, la caridad perfecta, y la pureza sin mancha que pide el sacramento que iba a instituir y que ellos iban a recibir.

Se sienta enseguida a la mesa, toma el pan, lo bendice, lo parte y lo distribuye a sus discípulos, diciendo: “Tomad y comed; éste es mi Cuerpo”. Y, tomando el cáliz, se lo da, diciendo: “Tomad y bebed; ésta es mi Sangre, la Sangre de la nueva alianza, que será derramada por nosotros en remisión de vuestros pecados” (Mt., XXVI, 26 y sigs.).

¡Oh! ¡Cuán bien se conoce el amor de Jesucristo! El divino Salvador, próximo a dejarnos, no pudo resolverse a separarse de nosotros. “No os dejaré huérfanos”, había dicho en (Jn., XIV, 18).

Mi Padre me llama; pero, al irme a Él, no me separaré de ustedes; mi muerte está determinada en los decretos eternos; pero muriendo, Yo sabré sobrevivirme para quedarme con ustedes. Mi sabiduría ha ideado cómo obtenerlo y mi amor va a ejecutarlo.

En consecuencia, convierte el pan en su cuerpo y el vino en su sangre; y en virtud de la inseparable unión del alma con el cuerpo y con la sangre, en virtud de la indisoluble unión de la persona divina con la naturaleza humana.

Lo que un poco antes no era sino pan y vino, es ahora la persona adorable de Jesucristo toda entera, su persona divina, tan grande, tan poderosa, como está a la diestra del Padre, gobernando todos los mundos y adorado de los mismos ángeles, que tiemblan en su presencia, así como dice el Prefacio de la Misa.

A este milagro sucede otro. Lo que Yo acabo de hacer, dice Jesucristo, ustedes mis Apóstoles, lo harán; les doy para ello el poder: “Hoc facite” que significa: “Haced esto”, no solamente a ustedes sino a todos sus sucesores, hasta la consumación de los tiempos, puesto que la Eucaristía será el alma de la Religión y la esencia del culto, y debe durar tanto como ella misma.

Tal es la rica herencia que el amor de Jesucristo ha trasmitido a sus hijos por toda la continuación de los siglos; tal es el testamento que este buen Padre de familia ha hecho, en el momento de su partida, en favor de sus hijos; sus manos moribundas lo escribieron, y en seguida fue sellado con su sangre; tal es la bendición que este buen Jacob dio a sus hijos reunidos en torno de El antes de dejarlos.

¡Oh preciosa herencia, querido y amable testamento, rica bendición! ¡Dios mío, Dios mío! ¿Cómo podremos agradecerte tanto amor?

Institución del Sacerdocio.

Parece, que el Señor, había agotado para con nosotros todas sus riquezas de su amor, y, sin embargo, he aquí nuevas maravillas. Porque, no es solamente la Eucaristía lo que nos dio en este santo día, sino también el sacerdocio, con todos los sacramentos, con la santa Iglesia, con su autoridad infalible para enseñar, el poder para gobernar, la gracia para bendecir y la sabiduría par dirigir.

Porque todo se liga esencialmente con la Eucaristía, ya como preparación para disponer el alma para recibirla, ya como consecuencia para conservarla o para extender sus frutos.

Por consiguiente, Jesucristo, como Pontífice Soberano, quiso establecer, y estableció realmente, todos estos poderes a la vez con esta sola palabra: “Haced esto, en memoria mía”.

¡Oh sacerdocio, que esclareces, purificas y enardeces las almas, que dispensas sobre la tierra los misterios de Dios y las riquezas de la gracia; sacerdocio que, socorriendo al alma caída como al alma justa, haces nacer el arrepentimiento y le abres las puertas del cielo, acogiendo a los pecadores y les vuelves la inocencia.

Sacerdocio, que sostienes el alma vacilante y la haces avanzar en la virtud, que proteges al mundo contra sí mismo y su corrupción, contra el cielo y sus venganzas; sacerdocio, bienhechor inefable, yo te bendigo y bendigo a Dios por haberte dado a la tierra!

¡Ah! ¿Qué sería del mundo sin ti? ¡Sin ti, que eres su sol, su luz, su calor, su consuelo, su fuerza, y su apoyo!

¡Oh Jueves Santo, mil veces bendito, porque trajiste tantas felicidades para los hijos de Adán! Jamás podremos celebrar este día, con bastante piedad, fervor y amor.

Por último. Tomemos enseguida las siguientes resoluciones: Primero. De hacer la mejor Comunión del año; Segundo. De pasar todo el día en vivos sentimientos de agradecimiento a Jesucristo por la institución de la Eucaristía y del sacerdocio.

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