Espiritualidad

¿Por qué Dios quiso hacerse niño?

Fotografía de Pixabay.

Por Presbítero Luis Alfonso Márquez.

Verán lo que les voy a contar… Cuando vine a la ciudad conocí a una niña de unos 6 o 7 años que iba caminando, llevaba sus manos apoyadas en otra niña un poco mayor, 8 o 9 años, no lo sé, pero me llamó la atención la escena que veía delante de mí, dos niñas caminando como trenecito, pensé que una era invidente, pero como llevaba los ojos bien apretados, supe que sí podía ver, lo que pasaba era que tenía toda la intención de mortificar su vista.

Imagínense Uds. que gran mortificación para una niña privarse de ver lo que pasa en la calle, los puestos de juguetes, de dulces, el ruido de los carros y los ladridos de los perros, eso sí que es mortificar su curiosidad y el sentido de la vista. Y, ¿qué era lo que le inspiraba tan curiosa mortificación?

Pues resulta que cuando esta niña supo algo de las grandes mortificaciones que hizo Jesucristo, surgió en ella el deseo de imitarlo en lo que ella pudiera como fue lo que se le ocurrió en su santa piedad infantil: mortificar un rato su mirada y le pidió a su hermana que le ayudara

¿Dónde aprendería tantas cosas de Nuestro Señor? De seguro que de los sermones que escuchaba, ya que iba todos los domingos a Misa y sobre todo estaba muy atenta en los sermones; el Señor Obispo predicaba cada domingo y claro que había muchas cosas que no entendía pero también había otras cosas que sí entendía.

Por ejemplo, el Señor Obispo predicaba en Navidad sobre el nacimiento del Niñito Jesús, desde lo alto del púlpito de la catedral resonaba la explicación, el comentario, los ejemplos de los santos, las aplicaciones prácticas que despertaban en los feligreses el deseo de imitar a Nuestro divino Salvador:

¿Porque quiso Dios hacerse Niño y ser concebido en el vientre de una mujer, pudiendo tomar cuerpo de varón perfecto, como formó el cuerpo de Adán? Estas fueron las causas:

1.- Para hacerse semejante a todos sus hermanos los hombres (He. 2,17), y obligarlos con esto a que le amaran más tiernamente. ¡Qué amoroso es Dios que nos trae en sus entrañas como una madre! ¿Quién te ha hecho Niño metido en las entrañas de tu Madre? Tu amor, sin duda, es la causa de esto y el deseo tan grande que tienes de ser amado, para que, si no te amamos por la grandeza que tienes en cuanto Dios, te amemos por la ternura que muestras en cuanto Niño.

2.- La segunda causa fue, para darnos ejemplo de humildad y que nos aficionemos a ella cuando veamos con los ojos de la fe al mismo Dios de la majestad hecho Niño pequeñito; y al que no cabe en el cielo y en la tierra, estrechado en el vientre de una mujer. Y así, comparando la grandeza de Dios con esta pequeñez, romperé en afectos de admiración y de imitación, diciendo a este Señor: ¡Oh Verbo divino, que en cuanto Dios estás en el regazo inmenso de tu Padre, y en cuanto hombre, te encerraste en el regazo estrecho de tu Madre, ilumina los ojos de mi alma, para que, considerando la grandeza que tienes en un regazo y la pequeñez que tienes en el otro, (admirándome de las dos,) venere tu grandeza con temblor y abrace tu pequeñez con humildad!

3.- La tercera causa fue, para darnos ejemplo de paciencia y mortificación, pues sufrió una cárcel horrible, oscura y estrecha de nueve meses, que es el vientre de la mujer, en el cual está el niño apretado, sin poderse mover de un lado a otro, ni mover mano ni pie, ni ver, ni oír, ni oler, ni gustar cosa alguna. Y aunque los demás niños no sienten esto, porque no tienen uso de razón, pero este Niño santísimo, como tenía muy perfecto el uso de razón, sentía y sufría pero de muy buena gana aquella cárcel y aquella mortificación de los sentidos para librarnos de la cárcel eterna y para pagar la libertad y desenvoltura de Eva, que salió a pasear al Paraíso y miró la fruta del árbol y la gustó contra el precepto divino; y así mismo, para pagar el libertinaje de mis sentidos y para animarme con su ejemplo a mortificarlos y sufrir algo por su amor. Demos gracias al Verbo Eterno Encarnado, por esta entrada que hizo en el mundo, sufriendo tan estrecha cárcel, tan horrible prisión y tan larga mortificación de su carne; por esta su mortificación hay que suplicarle que nos libre de la cárcel eterna del Infierno y de la molesta prisión de los vicios, que nos ayude a mortificar nuestras pasiones y refrenar el uso desordenado de los sentidos del cuerpo” (Padre Luis de la Puente).

Pues bien, queridos fieles, de un sermón como este donde se explican algunas de las causas de porqué Dios quiso hacerse Niño, todo lo que sufrió y qué ofreció por nosotros desde su concepción hasta su crucifixión, todo lo que podemos hacer nosotros para imitarle, para merecer, para enmendarnos, para satisfacer, para seguirle muy de cerca, todo esto lo entendió una niña, y sobretodo hizo algo en consecuencia, que es lo importante,

¿Cuántos de nosotros sabemos lo que nos daña pero… lo seguimos haciendo? ¿Cuántas cosas sabemos que nos benefician pero… no somos constantes en practicarlas?  Por ejemplo: Una señora me dijo todo lo dañino que es consumir embutidos, enlatados y le tomé la palabra, o sea que los trato de evitar, pero después me di cuenta que ella, que sabe lo dañino que es todo esto, pues no los evita; luego me dijeron lo benéfico que es tomar un litro de agua en ayunas y le tome la palabra, o sea que lo trato de hacer, pero después me di cuenta de que, a pesar de que sabe esto pues no lo hace.

Fíjense nomas, si no somos congruentes con las cosas naturales, con las cosas que son para la salud de nuestro cuerpo, ya se entiende porque somos tan descuidados para las cosas sobrenaturales como es el cielo al que tenemos que llegar, y muy descuidados en la salud del alma que nos urge salvar.

Bien sabemos lo dañino que es para nosotros esa “amistad”, ese sitio de internet, esa ocasión que nos incita a pecar… pero no la dejamos; bien sabemos lo provechoso que es el santo Rosario, la confesión y comunión pero… no lo rezamos y no los recibimos con frecuencia. Bien sabemos el milagro que haría en nosotros el examen diario de conciencia (bien hecho)… pero no lo hacemos.

Esta niña que mortificó un poco su vista, su mirada, esta niña que conocí en un libro es santa Teresita del Niño Jesús; por eso llegó al cielo, por eso llegó a la santidad, porque supo ser fiel en lo poco y Dios le confió lo mucho, supo y quiso en serio practicar lo que escuchaba en los sermones, lo que leía en las vidas de los santos, lo que venía a su corazón por medio de buenos deseos, santas inspiraciones; así es Santa Teresita supo practicar la oración, las buenas obras y la mortificación de los sentidos y por eso ahora está reinando con el Santo Niño Jesús en el cielo. Nosotros, no nos quedemos solo admirando a santa Teresita y a Jesucristo, imitemos sus virtudes, su oración, su mortificación de los sentidos y pasiones y solo entonces podremos asegurarnos la gracia de Dios en esta vida y el cielo en la otra. Así sea.

Jesucristo quiso nacer para amarnos más tiernamente, para enseñarnos la humildad y para redimirnos con su mortificación. ¿Qué necesitamos hacer nosotros?

Amemos su ternura, imitemos su humildad, acompañemos sus dolores con alguna mortificación.

Feliz Navidad a todos; celebremos el nacimiento del Niño Dios todos; vayamos a darle un gran beso (aunque sea en su santa imagen) en el nacimiento que tenemos en nuestras casas.

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