¿De qué manera influyen en nosotros las palabras que los demás nos dedican?
Desde que nacemos, nos convertimos en sujeto del lenguaje, gracias a las palabras de las que lo dotan sus padres. Aprendemos a nombrar cosas y personas, además de, poco a poco, a nosotros mismos.
Incorporamos frases que forman el mundo que nos rodea, que nos enseña cómo reaccionar, cómo gestionar emociones, cómo obtener lo que queremos, cómo describir a alguien y uno mismo. Estas herramientas nos posicionan y la influencia de los primeros cinco años en un niño es decisiva.
Ese repertorio de palabras será con el cual salgamos al mundo, dejarán una huella: las incorporamos, repetimos y en ocasiones, sacamos pecho de ellas.
Las etiquetas se hacen carne, se vuelven creencias potenciadoras, que muchas veces también limitan. Algo que podemos hacer como ejercicio es prestar atención a las muletillas del día a día y reflexionar a partir de ello; incluso las que no decimos en público, se cree que solo son frases hechas, pero de tanto repetirlas, van fijando el hacer.
El lenguaje y su participación en cómo nos vemos
Muchas veces escuchamos “Óscar es muy simpático”, “Melissa es muy tranquila”, “Julio es igualito a su papá”, “Sara es muy terca”. Algunas de estas frases pueden resultar un cumplido y otras lo contrario.
Independientemente de esto, establecen un estereotipo, marcan un carácter, un rol y fijan un ámbito de movimiento.
Las palabras tienen un poder increíble, y muchas veces no tenemos plena conciencia de ello. Impactan y harán que construyamos a partir de ellas, de su subjetividad, en su realidad.
Las palabras están cargadas del significado que cada ser humano le atribuye, cada una tiene un peso, olor, color, temperatura, calidad, y emoción. Por eso no es lo mismo “estar feliz” para unos que para otros.
Afortunadamente esto puede modificarse, puede trabajarse en ampliar la connotación de las palabras o dotarlas de múltiples sentidos, dependiendo del momento, lugar y conversación.
Más allá de las etiquetas
La asignación de roles como los que explicábamos anteriormente puede prolongarse en la vida adulta e impedir el desarrollo de alguno ámbitos y relaciones.
Seguir al pie de la letra lo dicho es una forma de anclarse a un pasado que probablemente ya no funcione, por desfasado. En muchos casos, la permanencia en esos roles obedece a una lealtad mal comprendida a quien dijo esa frase, a ser lo que se esperaba de ese individuo.
Existe una tendencia inconsciente a permanecer fiel a aquello que fue, esperando un reconocimiento de alguien. La pregunta que deberá hacerse la persona es si eso le es necesario, si le resulta útil en su vida actual. Se trata de pensar para quién se está buscando con ese hacer.
Los contenidos infantiles se conocerán en el análisis y será en ese espacio donde se indague el vestigio inconsciente de esas frases hechas, de qué forma trabajan, cómo posicionan al sujeto, etc., porque el tiempo del inconsciente es diferente al tiempo cronológico puede haber situaciones en las que revivamos psíquicamente nuestra infancia y una de aquellas frases nos condicione el presente. Hay que trabajar para transformar eso, para construir frases nuevas que habiten el presente y desactiven aquellas.
A partir de aquellas construcciones infantiles pueden acontecer impedimentos psíquicos, formas (que no prosperan) de resolver algunos problemas, escenas que se repiten sin que (aparentemente) se encuentre explicación, limitaciones, miedos, contradicciones… todo eso nos está dando pistas. Cuando no se les haya podido poner palabras, cuando no se haya conseguido transformar esos deseos, se transformarán en obsesiones, en patología.
En todo hay un goce, incluso en el síntoma. El síntoma viene a mostrar eso que no se ha conseguido desplegar de otra manera más saludable, que no se ha logrado poner en palabras. Es un modo de contar la historia del paciente sin que éste se dé cuenta, porque el inconsciente sólo necesita/desea manifestarse, quiere concretar aquello reprimido, y cuando no consigue hacerlo por la vía lineal (porque sería sumamente displacentero para la consciencia), lo hace disfrazado, revuelto, distorsionado.
El psicoanálisis es un instrumento muy útil para detectar cuáles son esas frases y creencias limitantes, escuchar aquello que se repite en el sujeto indicándole lo que incluso este no percibe desde la conciencia.
A través de la interpretación se irán construyendo nuevas cadenas de significantes que desactivarán antiguas o actuales creencias dotándolas de otras perspectivas, entendiéndolas de un modo más rico y amplio, apreciando cómo puede pensarse ese fenómeno, aprendiendo a tolerar que eso forma parte del pasado y que lo importante es lo por venir.
En el proceso analítico el paciente será quien haga el trabajo de construcción de las nuevas palabras. Estás se transforman, se cambian permitiendo a la vez que sean otras -más propias, más acordes al sujeto y a su tiempo- las que reconstruyan al sujeto.
Con información de Psicología y Mente.