La tumba de Chayito Valdez
Por Myrna Lorena Gálvez
“Ya me voy para siempre, para nunca volver, el amor que yo quise no me quiso querer. Ya me voy derrotada, me duele el corazón. Porque el amor de mi alma, porque el amor de mi alma: solita me dejó…“.
Orba, Guasave, Sinaloa.- Eran las siete de la mañana, un clima perfecto, aroma a campo y tierra mojada. Había llovido la noche anterior. “A qué vas” me dijeron, “seguramente hay mucho lodo para entrar”.
Pudo más mi curiosidad: “Quiero ir al panteón y ver la tumba de la Chayito Valdez”, dije.
Ese panteón además me trae muchos recuerdos. No lo visito seguido, es más la última vez fue hace 24 años cuando me casé y dejé el ramo de novia en la tumba de mi entrañable tía y amiga, menor que yo, Zayda Hernández, quien había muerto el mismo año.
Además ahí también estaban mis abuelos: mi tata Miguel y mí amada nana Jerónima, de quien aprendí el amor a la naturaleza; la primera ecologista en mi vida.
Pues sí, llegamos. “¿Y para saber cuál es?”, me dijo mi esposo. Pensé que sería fácil reconocerla, apenas hacía un mes de su muerte. Seguramente había decenas de coronas; estarían albañiles haciéndole una capilla o construyendo su tumba, yo que sé.
Pues sí, en ese pequeño panteón al llegar y entrar -prácticamente se encuentra abierto- mi esposo que venía detrás de mí gritó: “Ahí está”, señalando con su brazo, mano y dedo extendido. Mi respuesta rápida fue: “¡No, esa no puede ser!”.
Se trataba de una tumba a la entrada del panteón, cercada con un sólo alambre mohoso, con un tipo ramada improvisada, hecha con los palos de las pocas coronas secas que ahí había.
Era un bordo de tierra con una cruz de lámina sin nombre. Me adentré al pequeño panteón, buscando una tumba recién hecha y seguramente con flores frescas que algún familiar, amigo o admirador le hubieran llevado por su reciente fallecimiento.
No encontraba nada con esas características. Al costado del panteón vi a una joven con su acompañante pastoreando las vacas y para pronto el grito: “¡Oiga: ¿Cuál es la tumba de la Chayito?!”, y su respuesta fue: “¡La de la entrada!”. “¿La que está rodeada por un alambre?”, repliqué. “¡Sí!, ¡Esa!”.
No había duda, la intérprete de “Besos y Copas”, “Celosa”, “Se Marchó”, “La Silla Vacía”, “Son habladas”, “El Tío Juan” y tantos corridos de caballos, yacía ahí, al menos su cuerpo, en aparente abandono
Era de no creerse, pues el día de su funeral cientos de admiradores de la región de Guasave llevaran su féretro en hombros -de la entrada del pueblo- hasta la Iglesia que ella misma construyó y de ahí al Campo Santo; y un día anterior en Guasave, tuvo un homenaje en el estadio de beisbol con miles de seguidores. Con dos grandes fotos de ella a un lado del ataúd.
Por YouTube vi los relatos de su homenaje y sepelio. Miles de personas estaban ahí entonando sus canciones, porque en efecto la “Alondra” de Orba, Bamoa –como la bautizó el “Chitole” Torres locutor guasavense ya fallecido-, era y es muy querida por sus paisanos que la veían como familia.
Sin embargo a su partida, la realidad parece otra. El punto aquí es: ¿A quién le toca arreglar dignamente su tumba?
“Le pedí que se quedara, que de mí no se alejara. Le rogué que no se fuera, pero siempre se marchó…”.
“Me dices que tú ya no me quieres, que el mundo y los placeres te importan más que yo. Por eso desde hoy mismo te digo, que sigas tu camino, que todo terminó…”.
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